Cállate, Eustaquia.

“Tu peor enemigo no puede hacerte tanto daño como tus propios pensamientos.” 

Buda

 

En algún momento de nuestra vida, todos hemos experimentado esa voz interior crítica que nos susurra dudas, alimenta nuestros miedos y debilita nuestra confianza. Esa voz implacable que cuestiona nuestros logros, duda de nuestras habilidades y nos hace temer el juicio de los demás.

Ese Pepito Grillo cruel, que aunque parezca mentira, eres tú misma, se convierte en tu peor amiga, esa que te dice que es súper sincera y no duda en decir todo lo que se le pase por la cabeza pero que no tiene ni idea de lo que es la empatía, la comunicación asertiva, ni el tacto.

Y es que a veces nos tratamos y nos hablamos como nuestra peor amiga. Y sí, hablo de peor amiga, porque a un enemigo es probable que no lo escuchemos, pero al que consideramos nuestro amigo le damos cierta credibilidad en sus palabras.

Más allá de nuestra voz interior o de nuestro amigo cruel, existe un fenómeno psicológico del que últimamente se habla mucho y estoy segura de que te suena: el síndrome de la impostora. Este síndrome fue descubierto por las psicólogas Pauline Clance y Suzanne Imes en la década de 1970 y hace que las personas, a pesar de tener logros evidentes y competencias, sientan que son fraudes y que en cualquier momento serán descubiertos como incompetentes.

Vamos, que tienes ese diablito en el hombro advirtiéndote de que en cualquier momento se te descubre el teatro y se dan cuenta de que eres una estafa y no tienes ni idea de nada.

Esta voz interior, lejos de ayudarnos, nos paraliza y no deja que continuemos trabajando en aquello que deseamos. Es posible que la autoexigencia, el miedo al fracaso o la comparación constante alimenten esa voz y distorsionen nuestros verdaderos logros, nuestras habilidades y nuestras fortalezas, impidiéndonos avanzar hacia nuestra mejor versión.

Pero, ¿qué hacemos ante esa voz que nos sabotea? ¿Cómo conseguimos que pare? ¿Podría ser más amable y objetiva? ¿Cómo lograr que no frene nuestro avance?

Ponle nombre.

Conviértela en alguien a quien le puedas rebatir, dar argumentos o mandarla a la mierda.

Eustaquia fue el nombre que yo le di hace un tiempo en una de mis sesiones con mi coach.

Eustaquia venía a decirme que no podría lograrlo, que quién me pensaba yo que era, que me dejara de tonterías.

Eustaquia se pasaba el día dando por saco y diciéndome todas las cosas malas que podían pasar. Te criticarán, nadie te leerá, se reirán de ti.

Ponerle nombre me ayudó a quitarle importancia.

Me la imaginaba como una vieja cotilla de pueblo, amargada tras la ventana, una de esas que no dejan de criticar a todas las vecinas y siempre sabe lo que es mejor para todo el mundo. Mi imaginario la situó en un pueblo, pero todos sabemos que las podemos encontrar en cualquier parte. Nunca le daría credibilidad a esa clase de persona que lo único que hace es criticar la vida de otros sin aportar nada.

Nunca le daría credibilidad a la vieja del visillo. ¿Por qué entonces se lo estaba dando a Eustaquia? ¿Por qué hacerle caso a mi vieja del visillo interior?

No nos equivoquemos, no es siempre fácil, pero siendo conscientes de lo que te pasa y poniéndole nombre, se hace más fácil identificar que por ahí no, que es hora de poner foco en lo que sí, de ser consciente de mis capacidades, de mis fortalezas. De relativizar, de atreverse, de no dejar que nos paralice.

Porque si no hay acción, no hay nada.

No atreverse, no dar el paso de hacerlo es la única manera de que no pase nada. De quedarte como estás, de quedarte con las ganas.

Fracasar es no intentarlo, dicen.

Por eso es hora de que te hagas consciente de qué te estás diciendo, de qué es aquello que te cuentas y de si eso te está ayudando o, por el contrario, te está impidiendo hacer lo que deseas y cumplir con tus sueños.

Si te haces consciente de qué te cuenta tu voz interior, podrás cambiar sus críticas destructivas por reflexiones constructivas, podrás cambiar sus menosprecios por palabras amables y cada vez que te diga que no eres capaz, podrás recordar cuáles son tus logros y tus fortalezas y cómo sí has podido antes.

La clave está en reconocer el poder que tenemos sobre nuestra propia narrativa interna y utilizarlo para cultivar la confianza en ti misma, en tus capacidades.

Por mi parte, en lugar de permitir que Eustaquia me detenga, he decidido aprovechar mis fortalezas y logros pasados como trampolines hacia el futuro que quiero construir. Y aunque siga visitándome y contándome cositas al oído, he logrado mantenerla a raya.

Al fin y al cabo, ¿qué es lo peor que puede pasar si confío más en mí y menos en Eustaquia? Y sobre todo, ¿qué es lo mejor que puede pasar?.

 

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